Según cuenta la tradición, en los albores del cristianismo, el santo Hissio o Hesiquio, discípulo del apóstol Santiago y primero de los obispos que hubo en Egabro, entregó una imagen de la Santísima Virgen, que labrada por el propio evangelista San Lucas le había dado San Pablo, recibiéndola los habitantes de Egabro con gran alegría.

Al décimo obispo de la sede episcopal egabrense, Arcesindo, se le atribuye la ocultación de la Santísima Imagen de la Virgen en una cueva de la Sierra cuando ante la invasión musulmana, en la batalla de Guadalete, cayó la monarquía visigoda con su último rey Don Rodrigo en manos del Islam.

El suceso de la aparición de Nuestra Señora de la Sierra hay que situarlo en torno al año 1240 en que las tropas de Fernando III, el Santo, recuperan la villa de Cabra para la corona castellano-leonesa. La comitiva regia sube al picacho donde se verifica el hallazgo de una imagen de Santa María en una cueva del Picacho. Se encuadra esta tradición en el ciclo de apariciones marianas a pastores o cautivos acaecidas en el siglo XIII.

La Bandera y el tambor que acompañan a la Virgen en sus traslados constituyen la ofrenda y el privilegio que el Santo Rey otorgó a la Señora, ofreciéndole el pendón de combate y la caja guerrera que había arrebatado a los moros en la batalla.